Le arrancaron los ojos
a la verdad cambiándole
así la fama.
De ello que fuera
decomisando heridas por
los rincones, de la gente.
Iba poniendo parches
a labios con veneno en
sus pliegues.
Fue por ahí ciega
intentando arreglar las
conjeturas putas.
Temía no ser lo que
fue antes, ese equilibrio
sosteniendo la tierra.
Va siempre tapada,
maquillada por su propia
inseguridad, no es.
La habían cambiado,
sin remordimientos.
Más usada que una
ramera por los sucios
pensamientos de cobardes.
Vestía de cobalto y
ahora la cubre el luto
de su decepción.
Sus cuencas llenas de arena,
vacíos en su interior y reglas
incumplidas en su delirio.
Decidió aceptar ser mentira y caminar su desidia poniendo semáforos en verde. Lo que no podemos tocar, lo que no podemos ser.
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