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En silencio.







Me entrego al amor y la pasión
como si supiera que los mares no van a romper,
que las escopetas no soltarán pólvora y casquillos,
pero no me completan.

Ninguno, el maternal, afectivo carnal, paternal
y fraternal, vacíos. En la órbita todo podrido y dañado,
como un desplazamiento continuo, algo para lo que
no estoy hecho ni dicho.

Lejos de todos, arruinado de perspectivas,
con solo un eco retumbando entre los dedos que hace
memoria en estas páginas, sobre lo miserable del globo.

Soy una especie de daños colaterales apilados en un cuerpo,
lleno de errores ajenos y propios, los últimos solventados
aunque con incidencias. Llegan los cuerpos y me rodean
con la basura mental albergada, me llenan de escombros
y se marchan.

Necesito un cariño que aquí no cabe,
he visto todo pasar por los iris
y he retenido solo mierda.

Resignarme a los descosidos de los núcleos, aunque esté
fatigado de ser un remiendo de mano en mano,
como una moneda mal gastada o un billete falso
intentando circular por una vía innecesaria.

No hay amor en los cuerpos, solo disidentes actos.
Esto es una pizca de adentros, un quiste extraído
de madrugada y agosto.

“No sufras, hijo, tú no sufras.”

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