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Debussy.





Pont de Fusta bajo las ruedas de una bici,
éramos desconocidos con trozos de metal entre
las piernas y  lluvia artificial en esos pómulos.

Tu vestido condensaba el calor y la humedad
de Valencia,
paseamos vidas bohemias haciendo geometría
por el Carmen,
con la única línea de magia que perdías por los dedos
cuando llevabas el humo de tus manos a mi boca sucia.

Fuimos los amantes del Turia entre calles adoquinadas,
recuerdos lejanos de un girasol en tu cesta,
la redención de mis ojeras,
fuimos bandas sonoras de Pego sobre oídos de Guiris,
otro mal sueño curado a duras piernas.

Te quise por dos tardes hasta verlo todo:
en el café de tus ojos,
en las galletas por la mañana,
en la cadencia de orgasmos que dictaban universos paralelos
a orillas de tus pecas.

Debo soñar la mentira, anidar el manto de recuerdos,
rememorar solo los gemidos,
encontrarla en otro invierno similar al que no hemos vivido.
Porque eres la ingravidez del tiempo acercándome a
imágenes y metáforas.

De Benetússer a Benimaclet, de mi polla a tu boca,
desde mi lengua hasta tu clítoris sin pasaporte pero con
renuncias.
Que no quemamos esa iglesia,
que fue el placer arrancando verdades del mundo y
poniéndolas en una pica a expensas de curiosos.

Fuimos frutos de otros locos sin manicomio,
calcetines equivocados en césped de 42 grados,
Fuimos escarnio y desalojo en la parada de bus,
por eso volví con la ciudad dislocada a la espalda,
restos de tu cara en la ropa, 
un globo amarillo en el aire,
y con el tiempo que he atracado en tu triangulo
como única moneda de cambio.


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