Este ataúd de zombies es metálico, torpe y lento.
Primera calle a la derecha, todo recto entre las flores
que el tiempo ha ido marchitando,
en lo bares chocan las primeras tazas
con el café del obrero.
Debería mover las piernas y bajar,
pero necesito ir al final del trayecto,
hago el trasbordo y semáforos,
me dejo querer por tres colores.
Avanzo entre adoquines de pueblo dormitorio,
entre pasos de cebra mal pintados y turbios,
por el portal subo restos de borrachera,
sol propio de las 9 am y encanto
que he ido perdiendo en la ciudad,
más bien en la puerta del Kafka
donde hablabas de la vida y de no poder amar.
Buenos días felpudo, hola cerradura vieja,
las llaves deberían estar en el agujero izquierdo
pero puede que las cambiara de sitio,
en la chaqueta, están en el bolsillo interno,
al lado de la droga.
Otro ciego más que llevo a la cama,
debería ser una chica de mi edad,
aunque en comparación
el frío es el mismo,
no me cambiaría el día un cuerpo,
la sensación de abandono vendrá igual
echándote de menos,
leyendo para no escribirte poemas
y menos de amor que de eso, basura,
miseria, odio, rencor, ya está lleno el mundo,
pero cumplo la labor de humano,
trasnocho contando versos, no horas.
Con otro intento de avanzar el calendario
que dejaste haciéndose en el horno
del que debo apagar las llamaradas y
tu ausencia que me ha convertido en
una rave sin pausa, de vértigo y paracaídas.
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