Los relojes se han largado y sigo
rezando
a sus demonios, no puedo vestir más
cuerpos
de reina.
Busco la tranquilidad de Austria en mis
parpados,
lejos de la ciudad, alzada por bicis
mojadas,
caravanas de plata lentas junto a porches
bordeando toda la casa.
De momento, lo más cercano son balizas
llenas de harapos corriendo dentro del
amanecer sucio,
tras la historia de la sexualidad y sus
tragedias
bendecidas.
De momento hay una barca de mimbre bajo
el sol lunar
encallada, sobre las playas del fin del
mundo,
siendo una flor desperezada en el hocico
del
lobo estepario.
Es cierto que emborracho el alma y no
recuerdo
esas historias, por ello no debo vestir
más
cuerpos, de reina.
Aunque el tiempo me arropa con Billie
Holiday,
de Carles y su No de Nunca, con
anestesia en
esferas de Kerouac, caminos, perdones,
culpas
rodeando a Cesardé, pido que vuelvas
bohemio de mierda,
devuélvelo porque te lo estás llevando
de la mano.
Estoy fuera del necesitado cariño entre
iguales,
escoltado por maneras involuntarias,
lejos de la infancia, cerca de la
autoestima exacta
como para alumbrar el amor propio.
Me pongo muy ciego por las noches y
busco el mundo
interior ajeno como aquello que necesitamos,
casi tanto como sombras o intentar
adivinar
suelas tambaleándose, hacia un dónde.
Por ello no quiero plegar velas,
ni dejar pensar en la eternidad aunque
los labios
mueran secos con el último fragor,
no quiero plegar las velas ni ver como
se pudre
el pan de mi madre.
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