Ayer me invitaron a mi primera raya,
pero no pude.
Tres desconocidos: el poeta, la filósofa
y el cantante. Querían compartir su tiempo
y el vicio, menudo cuadro me pintaba la
noche.
Todavía soy muy joven para lo largo que
se me podía haber hecho, aunque el desamor
me estaba pidiendo a gritos que la dejara
entrar por la nariz.
Rodeado de reggae te echaba de menos y
cada chica que me miraba a la vez que me
invitaba a un trago desconocía que me
acercaba a ti en vez de a ella.
No sé lo que hay después del alcohol
en el vaso, ni después del agua en el pozo.
Por eso me asomo intentando tirarme,
pensando en que quiero estar en el fondo
para que alguien me recoja o me lance una
moneda, aunque sea.
Pero tuve suficiente con mantener el equilibrio
al borde, abrumado por la cerveza,
rodeado de música que me sabía a todo pero
me dolía a ausencia.
Sabía que de aquella noche saldría un poema
como lo que salió de mi boca, antes de llegar
a casa, cuando me llamaste
y me acercaste al portal por última vez,
con la voz trémula de saber que el ciego hablaba
por mí, pero te decía toda la verdad, lo que no
querías saber.
Te pregunté por qué estaba tan solo si te quería tanto,
pero ni tú ni las borracheras sabéis la respuesta
y te acabé contando que: me gusta esa chica,
la que no eres tú,
aquella que conocí de la nada.
Y a parte de escuchar como me potaba encima,
me oíste llorar.
Así las gotas rojas llegaron al pozo, siendo
una renuncia
un adiós hipotético porqué sé que te quiero,
aunque intente olvidarlo.
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